Por: MSc. Arch. Urb. Raúl Martínez
La intersección entre salud, arquitectura y planeación urbana se ha convertido en un tema de discusión cada vez más relevante en los últimos años. Esta relación resalta cómo el entorno construido y el diseño de las ciudades impactan directamente en la salud y el bienestar de las personas y las comunidades. Al igual que el cuerpo humano, las ciudades son organismos dinámicos y en constante evolución, moldeados por la infraestructura, los edificios, la naturaleza y las interacciones humanas. Cada capa de la ciudad presenta un conjunto único de desafíos que los planificadores urbanos y los arquitectos deben enfrentar para asegurar la creación de entornos que promuevan la salud y el bienestar. Para entender cómo están vinculados estos campos, debemos explorar cómo el entorno urbano afecta la salud física y mental, y por qué este entendimiento es crucial tanto para arquitectos como para urbanistas.
Las ciudades, por su naturaleza, son ecosistemas complejos donde las personas viven, trabajan e interactúan entre sí y con su entorno. Estos espacios están compuestos por diversos elementos—edificios, casas, parques, infraestructura y espacios naturales—que en conjunto forman el tejido urbano. Cada elemento, ya sea la altura y densidad de los edificios o la presencia de espacios verdes, juega un papel crucial en la configuración de los resultados de salud de sus habitantes. Por ejemplo, la disponibilidad de parques y áreas recreativas fomenta la actividad física, lo que puede ayudar a prevenir enfermedades crónicas como la obesidad, la diabetes y las afecciones cardiovasculares. Por otro lado, un mal diseño urbano, como el hacinamiento, la falta de acceso a aire fresco y agua limpia o una iluminación insuficiente, puede agravar los problemas de salud, contribuyendo al estrés, problemas de salud mental y mayores tasas de enfermedad.
Para crear entornos urbanos saludables, es esencial adoptar un enfoque holístico que considere todos los aspectos de la vida en la ciudad. La planificación urbana y la arquitectura deben priorizar tanto la funcionalidad como el bienestar de los espacios que crean. No basta con que un espacio simplemente “funcione”; también debe fomentar la comodidad, la seguridad y la salud de sus usuarios. Tomemos, por ejemplo, los espacios residenciales: una casa no solo debe proporcionar refugio, sino también apoyar el bienestar físico y mental de sus ocupantes. El diseño de las viviendas, incluidos factores como la iluminación natural, la ventilación, el control del ruido y el acceso a áreas exteriores, puede influir significativamente en la calidad de vida de las personas que viven allí.
La conexión entre la salud y el diseño urbano no es un concepto nuevo, pero ha ganado un enfoque renovado a medida que las ciudades de todo el mundo enfrentan problemas como la rápida urbanización, el cambio climático y las crecientes desigualdades en salud. La Organización Mundial de la Salud (OMS) subraya la importancia de vincular la planificación urbana con la salud, enfatizando que los entornos urbanos juegan un papel crucial en la configuración de las elecciones de estilo de vida, las redes sociales y el acceso a servicios, todos los cuales son determinantes clave de la salud. Según la OMS, los planificadores urbanos y los arquitectos tienen la capacidad de transformar las condiciones en las que las personas viven, trabajan e interactúan, influyendo en última instancia en su bienestar y calidad de vida (OMS, 2024).
Una de las formas fundamentales en las que los planificadores urbanos pueden promover la salud es mediante la creación de ciudades caminables. La caminabilidad (walkability), que se refiere a la facilidad y seguridad con la que las personas pueden desplazarse a pie por una ciudad, está asociada con numerosos beneficios para la salud, como el aumento de la actividad física, la reducción de la contaminación del aire y la mejora de la cohesión social. Al diseñar barrios o distritos que prioricen a los peatones sobre los vehículos, incorporen espacios verdes y aseguren el acceso al transporte público, los planificadores urbanos pueden fomentar estilos de vida más saludables mientras reducen el impacto ambiental de las ciudades. De manera similar, los arquitectos pueden contribuir diseñando edificios que promuevan la actividad física, como la incorporación de escaleras o rampas más atractivas que los ascensores, o la creación de espacios comunes que fomenten la interacción social.
Otra área crítica donde la salud y el diseño urbano se intersectan es en la creación de espacios inclusivos y equitativos. Las desigualdades en el acceso a la vivienda, la atención médica, la educación y las instalaciones recreativas suelen ampliarse en las áreas urbanas, particularmente para las comunidades marginadas. Los planificadores urbanos y los arquitectos tienen la responsabilidad de garantizar que todas las personas, independientemente de su estatus socioeconómico, tengan acceso a entornos que promuevan la salud y el bienestar. Esto puede lograrse a través de políticas y diseños que se centren en la vivienda asequible, los servicios públicos accesibles y la creación de vecindarios de uso mixto que fomenten la diversidad y la inclusión evitando así la típica segregación social y fragmentación espacial de la cual sufren nuestras ciudades.
En conclusión, la relación entre la salud y la planeación urbana es vital para el futuro de las ciudades. Al reconocer a las ciudades como organismos vivos, en constante cambio y adaptación, los planificadores urbanos y los arquitectos pueden crear espacios que no solo satisfagan las necesidades funcionales, sino que también mejoren la salud y la calidad de vida de sus habitantes.