ANATOMÍA URBANA DE LA FASCINANTE OSLO

 
La capital noruega apareció en las sagas vikingas y pasó hambre hasta ser una capital modesta, con arquitectura funki y brutal. Hoy, Oslo mira al fiordo y continúa modelando su identidad a golpe de diseño.

Según las sagas nórdicas, la capital noruega fue fundada hace más de mil años. Si bien en su colina de Ekeberg, la misma que profanaron los nazis, perviven señas que se remontan miles de años atrás. Con todo, Oslo es una niña. No sólo porque su población sea de las más jóvenes de Europa, sino también porque es la capital de un país que logró su independencia en 1905. Aún tiene que crecer; y mientras lo hace va modelando su identidad cultural. En permanente construcción y dislocación, uno nunca viaja dos veces a la misma Oslo.

De aquellas leyendas vikingas queda la fortaleza de Akerhus, testigo pétreo de un devenir insospechado. A sus pies se dibujó el primer planteamiento urbano de Oslo como una ciudad de provincias… danesa. Un fuego en el siglo XVII había arrasado con todo y allí el rey Christian VI de Dinamarca ordenó levantar
Kvadraturen, epicentro de la ciudad a la que llamaron en un alarde paternalista Christiania, primero; Kristiania, después.

Hoy pueden recorrerse las calles Kongens(con la impecable recuperación de la sede del estudio Asplan Viak y el Museo de Arquitectura, ampliado por el Pritzker Sverre Fehn), Dronnings y Prinsens gata, por ejemplo, como un viaje a otra época; pero también para tomarle el pulso a la actualidad en espacios como Sentralen, con actividades culturales, un restaurante muy recomendable (como todos los del grupo gastronómico Lava), así como con la coctelería Gold Bar.
 
No queda lejos de la Estación Central, donde desemboca Karl Johans, la arteria principal de la ciudad, a la que se asoman los edificios que fueron necesarios para
que Oslo, ahora sí, se convirtiera en (modesta) capital, en 1814. Son el Parlamento, la Universidad y el Palacio Real.

Por allí deambulaba el anónimo protagonista de Hambre, la novela de Knut Hamsun. Pero ya no hay famélicos en Oslo. Hoy en este bulevar abundan tiendas (como el concept store YME diseñado por Snøhetta) y, sobre todo, restaurantes con terraza donde los habitantes de la ciudad pasan las horas ociosas que no dedican a la naturaleza.


 Antes de que Oslo fuera rica fue funki. Es el diminutivo de funcionalista (como en Escandinavia se conoce al estilo internacional). Quedan muestras en la calle Bogstadveien, como el edificio que acoge Aesop; en Ekeberg con el restaurante del mismo nombre y también en las afueras, en Villa Stenersen, propiedad del último gran mecenas de Munch.
 
El niño Edvard creció junto al río Aker, en la entonces fabril Grünerløkka. Hoy, con precios de alquiler por las nubes, en este barrio abundan garitos, restaurantes, tiendas de segunda mano. Lo más interesante, en cualquier caso, se encuentra a orillas del Akerselva, precisamente en las antiguas fábricas de ladrillo.

Es el caso del Centro de Diseño y Arquitectura (Doga), la Oficina para el Arte Contemporáneo (Ocha), así como el área de Vulkan, que incluye el mercado gastronómico Mathallen, la escuela de diseño Westerdals, la Dansens Hus y dos hoteles. Todos se asoman al río siempre bravo en verano.

Su margen puede caminarse a lo largo de ocho kilómetros para acabar en el fiordo, dejando también atrás primero Tøyen, uno de los barrios más humildes que tiene, eso sí, su propio refresco de cola, y luego Grønland, un distrito multicultural que está siendo sometido a un proceso de gentrificación acelerado, como muestra la calle Torggata donde convive la microcervecería Crowbar con sus sabrosos kebabs y Starbucks.
 

Estamos alrededor del Oslo más brutal. Aquí se levanta el barrio gubernamental (con sus heridas del 22 de julio), que también espera a ser renovado. Hasta 2025 el nuevo Regjeringskvartal no será una realidad. Entre tanto, vale la pena admirar su arquitectura brutalista, utopía de hormigón, y pasarse por Fuglen, el café-coctelería vintage, desde donde empezó a recuperarse la contribución noruega al diseño escandinavo.

Desde hace meses, Norwegian Icons tienen un showroom en Bjørvika. Este desarrollo urbano trazado por el estudio A Lab forma parte de la llamada Ciudad del Fiordo, el proyecto que recupera la fachada marinera de la ciudad. Aquí se levantan viviendas y oficinas (Bar Code), el primer conjunto de rascacielos de la capital.

Aquí, también, se erigirá el Museo Munch en un edificio de Hererros, que dialoga con la ya icónica Ópera de Snøhetta. Ésta aguarda también la llegada de la Biblioteca Pública ideada por Atelier Oslo.

A un lado le escolta Sørenga, con más viviendas (caras) y la recientemente elegida «mejor playa urbana» de Europa por The Guardian; y hacia el otro extremo, los antiguos astilleros de Aker Brygge, hoy zona comercial, donde se está construyendo el Museo Nacional, que aglutinará la Galería Nacional, el Museo de Arquitectura así como el de Diseño y Arte Moderno.

Al final queda la isla de Tjvuholmen con el edificio de Renzo Piano del Astrup Fearnly. En ella antes sólo había ladrones (de ahí su nombre) y gente maltratada por la vida. Cuesta imaginar ese Oslo inhóspito y peligroso que durante décadas no logró despojarse del sobrenombre de Tigerstaden (ciudad del tigre) que le dio Bjørnstjerne Bjørnson en el siglo XIX. Entonces vagaba también el personaje de Hamsun por «esa extraña ciudad que nadie abandona hasta que queda marcado por ella». Hoy todavía sucede, pero gracias, en gran medida, a su arquitectura pública, basada en los valores de la sociedad nórdica, la llamamos OsLove.
 
Fuente: http://www.elmundo.es

 

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