La Intervención de la Arquitectura en el Entorno Urbano: Impacto y Consecuencias en el Siglo XXI

Por:  MSc. Mariana Fajardo y MSc. Arch. Urb. Raúl Martínez 

En el siglo XXI, las ciudades se han convertido en espacios en constante evolución, donde cada día se crean, construyen, transforman y reinventan. En este contexto, el ritmo de vida urbano ha alcanzado una velocidad sin precedentes; las tendencias de diseño quedan rápidamente obsoletas y las demandas de los habitantes surgen de manera inmediata y constante. Esta realidad exige que arquitectos, urbanistas y demás actores del entorno construido respondan con agilidad a las necesidades de las ciudades en las que vivimos y que, a la vez, contribuimos a moldear.

Si asumimos la ciudad como un organismo dinámico, un entorno vivo en constante cambio en lugar de un ente estático y monofuncional, podemos repensar nuestra práctica profesional para lograr un impacto más creativo, sostenible y equitativo. Esto contrasta con algunos modelos actuales, como la tendencia a la “producción masiva de vivienda,” que frecuentemente domina el panorama urbano y plantea desafíos para el desarrollo de ciudades inclusivas y adaptables.

La ciudad como ecosistema urbano Concebir la ciudad como un ecosistema implica entender las complejas interacciones entre sus habitantes y el entorno que los rodea. Tal como en un ecosistema natural, cualquier alteración en el equilibrio urbano genera un impacto significativo, ya sea inmediato o con consecuencias más profundas y duraderas, que pueden exceder la planificación realizada en una oficina. A cada paso, las ciudades nos ofrecen paisajes, significados y memorias; es en el estudio de sus territorios donde comprendemos el sistema complejo que confiere identidad y personalidad a cada barrio, edificación e incluso a la ciudad en su totalidad.

El enfoque del arquitecto japonés Kengo Kuma ilustra este concepto al integrar la arquitectura con el contexto cultural y geográfico de cada lugar. En una conversación con ArchDaily, Kuma enfatiza la importancia de diseñar el entorno construido en consonancia con la naturaleza y sus recursos, resaltando la relación simbiótica entre arquitectura y entorno natural. Este enfoque genera espacios funcionales y estéticamente agradables, que respetan los recursos del planeta y logran una coexistencia con el medio ambiente que va más allá de las limitaciones convencionales. Si bien este enfoque enfatiza la relación con el entorno natural, de manera similar debemos abordar la integración de la escala arquitectónica –el quehacer “tradicional” de las y los profesionistas de la arquitectura– con su entorno público y urbano.

Una construcción colectiva con responsabilidad consciente hoy en día, las ciudades no son moldeadas únicamente por los profesionales de la arquitectura y el urbanismo. Todos sus habitantes, ya sean locales, visitantes o residentes temporales, participan en su creación continua, aportando una variedad de expresiones sociales, culturales, económicas y políticas que les otorgan carácter y sentido. Sin embargo, arquitectos, urbanistas y demás profesionales de este ámbito deberíamos desempeñar una función esencial: la de ser conscientes de nuestras decisiones y de los efectos de nuestro trabajo. Nuestra profesión nos obliga a reflexionar sobre cada intervención, desde la delimitación de nuevos espacios hasta la elección de un árbol para ser plantado en un proyecto, considerando siempre el impacto y las consecuencias de cada decisión.

Esta “conciencia de impacto socio-espacial” debería estar siempre presente, aunque en la práctica muchas veces no lo está. Como se mencionó al inicio, en muchas ciudades del país, la industria de la construcción y la arquitectura han priorizado el “desarrollo y bienestar” mediante proyectos de vivienda masiva ubicados en las periferias. Este tipo de desarrollo ha generado la segregación dentro de las urbes de diferentes sectores sociales. Los llamados new towns permiten planificar todos los aspectos de la vida urbana de forma integral, ofreciendo ambientes de alta calidad con infraestructura moderna, espacios verdes, además de oportunidades de trabajo y servicios esenciales. Sin embargo, se han criticado por problemas de homogeneidad y falta de diversidad social en algunos casos, donde predominan enfoques top-down que limitan la diversidad arquitectónica y el sentido de pertenencia en la comunidad. El rol crucial de los arquitectos en la transformación urbana en este contexto, el papel de arquitectos y urbanistas es fundamental para crear ciudades que no solo se adapten a las necesidades estéticas y funcionales, sino que también sean inclusivas y resilientes. El diseño urbano centrado en el ser humano y el compromiso comunitario constituyen la base de una arquitectura que busca mejorar la experiencia cotidiana en la ciudad. Este enfoque promueve la integración del entorno construido con los contextos natural y social, creando espacios que resuenen con los ritmos de vida urbana y favorezcan el bienestar colectivo.

Sin embargo, este delicado equilibrio entre edificaciones, comunidades y ciudades puede romperse fácilmente. En el contexto contemporáneo que se vive en nuestro continente, surge una reflexión sobre las tensiones entre la propiedad privada y el concepto de “bien común”, donde la interconexión de los diversos elementos urbanos exige crear comunidades equitativas y acogedoras. El verdadero equilibrio en las ciudades refleja la libertad y el bienestar de sus habitantes y va más allá de la estética arquitectónica. La justicia social es crucial para la vitalidad urbana y la capacidad de la ciudad para ser inclusiva con las necesidades de todos sus habitantes. Así, las ciudades que priorizan la inclusión y la diversidad en su diseño y políticas crean entornos en los que las personas pueden vivir en mejores condiciones.

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