Por: Arq. Selene Velázquez
Cuando escuchamos “Monterrey”, casi siempre la vinculamos a la industria, al fútbol, a la carnita asada, a sus montañas y universidades, y últimamente incluso, a sus festivales; así, en el imaginario colectivo, no sólo nacional sino estatal y local, pocas veces se piensa que es un sitio lleno de herencias culturales, materiales e inmateriales. Porque sí, esta ciudad fundada a finales del S. XVI (por última vez oficialmente, porque pareciera que le gusta refundarse cada cierto tiempo), contiene muchos ejemplos de arquitectura que debe ser conservada. Debido a las innumerables crecidas del río Santa Catarina y del arroyo conformado por los ojos de agua de Santa Lucía, además de demoliciones constantes perpetradas desde el Estado o particulares (algunos ejemplos son el Convento de San Andrés y la antigua Purísima, ambos del S. XVIII; o las manzanas para crear la Macroplaza), es que conservamos pocos ejemplos edificados de la época del virreinato, pero lo que sí conservamos es muchísima arquitectura con sistemas constructivos tradicionales, vaya, arquitectura vernácula, o arquitectura norestense, como nos gusta decirle por acá, además de grandes muestras de arquitectura del movimiento moderno.
En una ciudad donde la palabra “progreso” es una de las banderas, la conservación y la restauración parecería no tener cabida (y, efectivamente durante décadas se hizo poca o nula restauración, o, en todo caso se “conservaba”, así, entre comillado, solo lo monumental: El Obispado, Catedral o el Horno 3 de Fundidora). Tengo que contarles como anécdota personal que incluso cuando me fui a estudiar la maestría de Restauración de Sitios y Monumentos a la Universidad de Guanajuato en el 2007, varios maestros se burlaban de mí diciéndome que en “Monterrey ya no hay nada” o que mejor, en todo caso, debería estar estudiando una Maestría de Urbanismo en alguna Universidad Texana, sí, esa era percepción hasta hace muy poco.
Aquí hay que hacer una pausa para preguntarnos, y, ¿qué sucedería si sólo se conservara lo monumental y derribáramos todo lo demás en la ciudad? Fácil, nos quedaríamos sin identidad, que si bien, la identidad y el patrimonio cultural mismo, son una construcción social, el no conocer o reconocer de dónde venimos y cómo se ha habitado este sitio nos deja con una brújula descompuesta, como esas que no marcan bien el norte y entonces, nos perderíamos.
Algo de lo que se habla poco es que la restauración es una medida extrema, ésta se da cuando la conservación preventiva ha fallado, cuando el mantenimiento no ha sido el correcto o no se ha dado (más allá de hechos extraordinarios como sismos o huracanes), por ello, la importancia de hablar de realizar una conservación constante y dialogar también sobre sistemas constructivos y materiales compatibles con los preexistentes. En el noreste, y por ende en Monterrey, la arquitectura tradicional e incluso ejemplos de arquitectura transicional hacia el movimiento moderno está elaborada con tierra cruda (adobe, tapial y en menor medida bahareque), tierra cocida (ladrillos de milpa e industrializados junto con barroblock), sillares de caliche (caliza) y otras rocas sedimentarias, así que es necesaria la capacitación constante de nuevas cuadrillas en el correcto uso de la cal para revoques o elaboración de pintura a base de esta, y sobre todo, difundir que la arquitectura que aún conservamos en la ciudad puede ser restaurada y reutilizada para nuevos usos, esa arquitectura que nos muestra cómo habitaron quienes estuvieron antes que nosotros, cómo se adecuaron a su contexto climático y urbano y que nos otorgan un vínculo directo con nuestros antepasados y con una ciudad que podemos conocer a través de su arquitectura. Al conservar y restaurar las edificaciones existentes en las ciudades podemos también aprender de diseño, de materiales que mejoran la capacidad térmica de las construcciones, y, sobre todo, bajar el impacto de la huella de carbono que generamos como seres humanos, porque esa arquitectura ya está ahí y gran parte de la energía ya fue devengada en esas construcciones y puede ser utilizada al volver a habitarlas.
Es importante señalar que no solo los inmuebles con declaratoria de monumentos ya sean históricos o artísticos, pueden o deben de ser conservados, sino prácticamente casi cualquier ejemplo de arquitectura que sea importante para quien la posee, porque ahí es donde se encuentra y radica la importancia del patrimonio cultural. Punto a parte es la necesidad de una regulación real sobre la protección de inmuebles en perímetros y contextos históricos, donde se acoten las alturas de nuevas edificaciones que bien pueden convivir con las existentes, pero sin crear falsos históricos, o sin hacer fachadismo, porque, claro, dejar el cascarón, no es hacer conservación.
Es necesario y urgente que como profesionales dedicados al diseño y a la construcción, nos capacitemos en sistemas constructivos y materiales tradicionales, que nuestros proyectos sean siempre multi e interdisciplinarios y que les propongamos a nuestros clientes nuevas formas de habitar espacios que ya estaban aquí antes que nosotros, porque sí, como arquitectos podemos y debemos dejar el ego de un lado y conservar y restaurar la arquitectura de otros para poder conservar lo más importante de una ciudad: la memoria.
ARQ. SELENE VELÁZQUEZ
Nacida en el año de 1982 en la ciudad de Monterrey, Nuevo León, Selene Velázquez, es Arquitecta por la Universidad Autónoma de Nuevo León, Maestra en Restauración de Sitios y Monumentos laureada por la Universidad de Guanajuato y doctorante en la Universidad Pablo de Olavide en Sevilla, España, donde investiga la policromía a la cal en la arquitectura vernácula del Valle de las Salinas. Trabaja en la documentación, conservación, restauración, difusión e investigación de la arquitectura vernácula y los sistemas constructivos tradicionales del noreste mexicano. Ha participado en distintos proyectos de restauración como el Banco Mercantil de Monterrey, el Gran Hotel Ancira, Casa Roma, el Museo Estatal de Culturas Populares, Belmonte y el Templo de Nuestra Señora de los Dolores en Monterrey, donde ha realizado importantes hallazgos que aportan una nueva visión y conocimiento sobre la arquitectura regional del noreste. Premio Internacional Europa Nostra por su participación de manera grupal en el proyecto de inteligencia artificial Art-Risk, ganadora del PECDA, en su edición 2021 con el proyecto “Los Colores del Noreste”, y merecedora del reconocimiento UANL – Memoria Histórica y Cultural de México al Patrimonio Cultural en el año 2022.Ha sido reconocida con el Calli de Cristal en la categoría de Preservación del Patrimonio y el Entorno Construido dentro de la XXIII Bienal de Arquitectura de Nuevo León por el trabajo de Restauración de Casa Roma, además de obtener Mención de Honor en la categoría de Investigación, Iniciativas de Difusión con el documental “Los Colores del Noreste”. Recientemente obtuvo el Primer Lugar en la Categoría de Proyectos especiales del 7mo. Premio Norteño de la Asociación de Arquitectos e Interioristas de México con la intervención en el Banco Mercantil de Monterrey, Gran Plaza, de BANORTE. Desde el 2008 es fundadora y directora de Restāurika, una firma dedicada a la investigación, conservación, restauración y difusión de las herencias culturales materiales e inmateriales. |
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