Por: MSc. Arch. Urb. Raúl Martínez y MSc Arch. Mariana Fajardo
A menudo me he preguntado porque en el día a día en una urbe como la Ciudad de México donde habitamos tantos millones se percibe que hemos perdido o se han diluido ciertas características sociales que precisamente nos hacen humanos. Cada vez estamos más apretados hacia las zonas centrales como respuesta a la crisis de espacios y el valor de la propiedad privada sobre todo en ciudades grandes y capitales; entonces, ¿por qué es más fácil sentirse aislado ahora que la ciudad se compacta y las nuevas configuraciones espaciales nos impulsan a coexistir con tantas personas?
Definitivamente muchos factores influyen en esta situación, las redes sociales, las distancias que debemos recorrer, la facilidad con la que las personas se mudan de un rincón a otro del planeta, los trabajos a distancia, entre muchas otras. Sin embargo, llama la atención la evolución de las actividades o falta de actividades que desarrollamos a escala humana. La cotidianidad y monotonía con la cual se vive frecuentemente en zonas densamente pobladas influye en nuestras relaciones y actividades sociales; despertar, correr al metro o metrobus y esperar una eternidad, subir en tu auto e intentar no atascarte en el tráfico mañanero para terminar encerrado sin mayor interacción que la de tus compañeros, y repetir para regresar y así sucesivamente durante 5 o 6 días de la semana. Un hábito que ciertamente no es pensado, planeado o visualizado para el beneficio de las personas.
Desarrollarnos a escala humana debería permitirnos disfrutar de la ciudad a un ritmo distinto. Socializamos en los espacios laborales, aunque en muchas ocasiones no con completa libertad; socializamos en el bar, cafetería o restaurante de moda o si somos personas de costumbres en aquellos lugares donde hemos asistido por más de una década. Pero ¿Qué pasa en los espacios abiertos, en el espacio público? ¿Cómo nos desenvolvemos en estos espacios que han sido diseñados con el propósito de reunirnos, fomentar intercambio de actividades e ideas? A veces los cruzamos de regreso a casa, paseamos al perro, escuchamos las risas de los niños en el área infantil, encontramos personas mayores jugando ajedrez, nunca falta la clase de salsa o kpop, adolescentes chismeando y músicos ensayando. Otras veces los cruzamos y silencio absoluto; apuramos el paso pues hemos aprendido a reconocer que los espacios abiertos en los cuales no hay interacciones sociales deben o pueden ser peligrosos. ¿Qué ha pasado con éstos espacios? ¿Por qué los dejamos morir?
Desde la aparición del automóvil la escala de los asentamientos urbanos evolucionó rápidamente, creciendo sin cesar. Y no solo eso, el cómo se interactuaba con las ciudades y espacios cambio radicalmente dejando la escala humana a un lado y pasando a una escala fuera de serie, donde la velocidad, permanencia y calidad de vida se vio drásticamente afectada.
Consientes y no de lo que hacíamos a partir de este hecho fuimos perdiendo esa escala humana de barrio, esas interacciones diarias como caminar a la tienda de la esquina o simplemente sentarse en un jardín a disfrutar de un momento de paz. Esa escala en la cual todos conocían y salían con los vecinos, no el ideal de la vida suburbana, sino la vida, el sentido de comunidad y apropiación de los espacios que considera la creación y desarrollo de espacios públicos, comunes y compartidos en cualquier rincón de una ciudad. Al aparecer el automóvil comienza a separar la vida doméstica del resto, se crean suburbios residenciales, ajenos, lejanos y segregados, distritos comerciales que siguen tendencias neoliberales donde el objetivo es tener un consumidor promedio y zonas laborales por separado al no encontrar como interactuar con las anteriores, como si una actividad no tuviera que ver con la otra o no dependieran entre sí.
Hoy en día nos volcamos nuevamente a los centros de las ciudades intentando retomar aquello que perdimos, mediante nuevas adecuaciones adoptando modelos promovidos en otras ciudades como la “ciudad de 15 minutos” o la “supermanzana” por ejemplo, aquellos que promueven ser caminables, accesibles, verdes, seguros y disfrutables. Así mismo grandes desarrolladoras en nombre del progreso insisten en construir grandes complejos residenciales que incluyen una vida mixta con centros comerciales, oficinas y todo tipo de amenidades. ¿Pero es eso suficiente para recuperar aquella escala humana, una escala donde podemos ser vistos y reconocidos por la sociedad que nos rodea sin terminar por ser una sombra pasajera más?